Mirándonos a los ojos, entrechocamos las copas. Brindamos
por mil vivencias. Mil pasiones rojo sangre como el vino que rozaba nuestros labios. Estos no reconocían ya
otro placer que el sabor a madera y cereza, tan distinto de otros sabores de
antaño. De aquellos en que una copa de buen vino servía de colofón del amor o
preparación a él. Nos tomamos el último sorbo y, muy despacio, sin dejar de
mirarnos, él acarició mi mano. Yo, conteniendo el aliento, dejé mi copa en la
mesa y me alejé de su lado.