martes, 20 de agosto de 2013

Celos

 Sin comerlo ni beberlo, me encontré con un lío espantoso en el que la protagonista principal era yo. No lo busqué, pero allí estaba: asombrada ante lo que se me venía encima y expectante por ver cómo se desenvolvería tal galimatías.
 Por una parte, mi pareja recogía del suelo la bolsa con magdalenas que acababa de comprar para el desayuno del día siguiente, al mismo tiempo que tiraba de la soga donde hacía muy poco se encontraba unida al collar que rodeaba el pescuezo de mi Bolero, un gran danés enorme color chocolate...bueno, el color no importa, claro...Bolero, correteando como un poseso a mi alrededor...y alrededor de otros transeúntes cuyos alaridos sobrepasaban en decibelios a los ladridos de mi perrito. Un policía de tráfico, el único - por el momento - que se encontraba por allí, procurando calmar los ánimos con unas pitadas intensas; una señora que intentaba darme alcance extendiendo sus brazos y gritando aun más desquiciada que el resto y...no recuerdo qué más. Lo de siempre, me imagino. Chiquillos riendo, señores y señoras mayores moviendo las cabezas hacia los lados, o asustados, o dando consejos que nadie oía. ¿ Qué había hecho yo ?. Pues no se me había ocurrido otra cosa que acercarme a acariciar y tomar en brazos al diminuto e histérico ( todo hay que decirlo ) yorkshire de una vecina que nos encontramos al salir Joaquín y yo de la panadería, después de comprar las dichosas magdalenas. El perrito, al oír mi voz que le decía:  "mira qué cositaaaaa", y sentir mis dedos cosquilleando su coletita con lacito violeta que llevaba en su cabecita - en un intento de que se le vieran los ojos, creo - dio tal chillido al mismo tiempo que un conato de morder mi nariz que, al huir de dichos actos tan agresivos, no se me ocurre nada más acertado que lanzar a la fiera al aire. Bolero que a todas estas se mostraba más  y más celoso ( por decir algo ),ante la sorpresa de mi marido, desprevenido el pobre, zafó, no sabemos cómo,-pensamos que una " Otelada" suprema- su soga del collar e intentó alcanzar al perrillo antes que yo. No lo hizo, pero no cejaba en su empeño y fue cuando se organizó lo que acabo de relatar mientras me encuentro sentada en un banco duro y feo de la comisaría de nuestro distrito; con mi vecina y su estúpida fiera mirándome y enseñándome los dientecillos, su lazo violeta desparramado entre donde se suponía que estaban sus ojos. Mi marido, junto con el guardia, ante un mostrador  tras el que se encontraba otro señor uniformado mirándolos con cara de algo de mala uva - no entiendo por qué - y entre ambos una bolsa que hacía ya...no sé, mucho tiempo, estaba bastante abultada de unas magdalenas exquisitas ¡ y que vete tú a saber la de en cuántas migas se habían convertido...!
¿ Cómo se resolvió el entuerto ?. ¡Pues con dinero, claro! Daños y perjuicios a la dueña del "Yorky". Escándalo en la vía pública. Pago de roturas de vestidos, por las rasgaduras de Bolero en los mismos - entre los que entraba el uniforme del guardia-.Multa de doscientos euros por llevar al gran danés sin correa... "¡ Que no, que se soltó!" ¡Nada! Pago del permiso para poder sacar al pobre Bolero de la perrera municipal. Sí, porque a alguien se le ocurrió la maravillosa idea de llamar a la protectora de animales  y cuando llegaron no pudieron hacer otra cosa que disparar a mi "niño" un dardo que lo adormeció de inmediato y terminamos donde terminamos.
  Bolero estuvo tranquilito un par de días. Solo se le alzaban las orejas y el rabo cuando sentía bajar o subir a mi vecina por las escaleras. ¡Y no vean lo que le molestó verse con el collar tan lindo que nos obligaron a ponerle!
 Mi marido, solo me mira. El entrecejo cada vez más fruncido. Yo sé que me culpa de lo que pasó. ¡Ya se le quitará !  Yo estoy como siempre. Con algo menos de dinero, por los dichosos pagos mas el collarcito de Bolero y, cambiando los hábitos en pro de la buena vecindad, salgo con Bolero por las noches, cuando sé que mi vecino "Yorky" ya no saldrá. Digo "salgo" porque mi querido Joaquín se niega a salir con el perro y conmigo: o él o yo y, con lo que me gustan los animales, me estoy acostumbrando a no acariciar a ninguno, vaya sola o acompañada, por si las moscas...¡que también son animales, por cierto!

jueves, 15 de agosto de 2013

Luchas y riesgos.


                                                      

  Sus ojos recorrían la árida tierra, maravillados de su color oscuro y de su aspecto reseco...A lo lejos, las montañas pobladas de vegetación  ofrecían un contraste que no entendía...Una sombra se interpuso entre lo que veía y lo que sentía... y le hizo entender..."Pisadas de sangre que dejó el color perenne en mi tierra y que se desplazaron a las montañas en busca de esperanza, dejando establecidas para siempre la diferencia entre la realidad dolorosa de mi gente, de mi raza, a través de los siglos...de los tiempos...del olvido..."  Tomó un puñado de tierra en sus manos. La olió profundamente. La esparció ante sus ojos y, a través de ella, vio el futuro que tenía ante sí: Batalla. Retos. Fuerza.

  Sin volver a pensar más, alzó el hatillo de escuálidas varas, llamó a gritos a su vieja cabra Akuu  y, mirando hacia las verdes montañas, continuó su pastoreo, antes siempre estéril y ahora con un atisbo de ilusión que, durara lo que durara, sería su compañera en la lucha por vivir. 

  Las luces del amanecer comenzaron a danzar ante sus ilusionados ojos, tan negros y brillantes como la noche que se alejaba, y pensó que debía regresar. Sus piernas delgadas y saltarinas pedían a grandes saltos más velocidad. ¡Tenía que hablar con sus padres! Midwata  sabía que sería difícil, pero no tenía por qué ser imposible. Akuu la seguía con esa mirada de extrañeza y consternación que ponen los animales cuando las cosas no son las normales...Midwata quería pedir a su padre que la acompañara a la escuela de las monjas y tenía que ser ¡ya! Sor Mariana se marchaba a Canarias por un tiempo. La distancia entre Senegal  y las islas no era tanta, ¿verdad? .  Podría irse con la monja. Terminar sus estudios y hacer otros superiores y que sirvieran para acercar el verdor de las montañas de la esperanza a la tierra roja y caliente. Estudios que hicieran brotar de esa tierra resquebrajada, que es la suya, unos árboles preciosos creadores de esperanza a su pueblo. Ese pueblo que luchaba sin ayuda,  pero siempre alegre...

  Los doce años de Midwata  quedaron expuestos a la impotencia al llegar ante la puerta de su casa...Su padre salía en ese momento. La miró como se mira  una piedra que interrumpe el paso y, alzando la vista a un vacío infinito, le dice:

 -Desde hoy ya no habrá escuela, Midwata.  Más tarde, el hombre que será tu esposo, vendrá a verte.

   La niña no puede hablar mientras observa a su padre, el cual se va sin mirarla.

   Cuando puede reaccionar, se agacha lentamente y, tomando un puñado de tierra entre  sus manos, la mira; vuelve el rostro a las cada vez más lejanas montañas; suspira y, sin conocer  la palabra, comprende el significado de "quimera".

  Al volver sus ojos asustados a la casa, su madre la está mirando. Sus ojos muestran la tristeza, que no es más que el reflejo de los ojos de su hija. Acercándose, la incorpora y, sin dejar de mirarla, le dice en voz baja, pero intensa:

 -¡Vete! ¡Que no te encuentren!

  Le pone en las manos un trapo y, abrazando el cuerpo frágil pero fuerte de la hija, la empuja...

 -Ve con sor Mariana...Ella sabe...¡¡Corre!! ¡No tengas miedo...!

  La niña, sus ojos dos ríos oscuros, se va...Sus pies comienzan a saber por qué es la tierra tan roja. Por qué tiñe el dolor. Sabe que volverá. Vivirá con la ilusión de volver. De dar algo de lo que quiera que encuentre en algún lugar más amable y comprensivo.

  Cuando llega a la vista de la escuela, comienza a frenar su carrera y, parándose de golpe, mira la triste tela que le ha dado su madre...Es un envoltorio burdo y sucio, dentro del cual hay una pequeña y brillante piedra verde, tan brillante que, por un momento, cree ver el sol en sus manos. Comprende. Es el tesoro de su madre. Aquello que con tanto celo guardaba desde que fuera con otras mujeres del pueblo a recoger agua, cuando la sequía del verano pasado.

  Midwata, suspirando fuertemente, elevó el rostro y, decidida, entró en la escuela. Buscó a la monja, que en ese momento se despedía de sus compañeras y alumnos. Se miraron. Entonces, la religiosa, haciéndose la señal de la cruz, tomó  a la niña de la mano y la empujó hacia el coche que las acercaría al aeropuerto.

 
Midwata no lo supo en esos instantes. ¡Todo lo veía ahora tan fácil! Sor Mariana tenía en su bolso unos documentos que hablaban de una niña enferma a la que trasladaba a Canarias  para ser atendida por los médicos de un renombrado hospital...Dichos documentos, aunque  llevaban la firma de la madre de la niña, no  lograban mitigar  el temor de la ilegalidad del acto que iba a llevar a cabo. Aun así, la buena mujer tenía muy claro que la legalidad y los sentimientos no solían llevarse bien y que el Señor, Dios, en su infinita bondad y sabiduría, no iba a permitir que, en los tiempos que corren, se siguiera atropellando al ser humano. No, si ella podía evitarlo. Ella se convertiría en   valedora para con esa niña. Conocía a los doctores que se hacían cargo de niños y niñas necesitados de un remedio inmediato, urgente, vital …Este caso también era vital. Era un caso de humanidad y Sor Mariana era humana; era decidida y, algo en la mirada angustiada de la niña la abocaban sin remisión a luchar por ella. Por su sacrificada madre. Por las generaciones venideras cuando ya la monja no estuviera.

  Cuando, después de los trámites aeroportuarios se llevaron a cabo sin ningún tipo de problemas y las dos, la niña y la monja , se vieron sentadas en el avión, se miraron y, muy nerviosas, se sonrieron. Ni una palabra entre ambas. Todo estaba dicho. Midwata, ya sobrevolando el paisaje, a ratos el mar, a ratos verde y siempre el suelo rojizo, recordó desolada no haberse despedido de Akuu; no haber dado un beso a su madre; no haber mirado hacia atrás…Entonces, mirándose la mano completamente cerrada en el paño que aun seguía apretando, observó  que éste estaba manchado de sangre y se asustó. Al comprobar de dónde procedía, vio que no. No era sangre de su cuerpo. Era tierra. La que se había quedado en sus manos cuando, aun sin ella y él saberlo se despedía de su padre. Llevándose el paño a su boca, aspira el olor y promete volver. Promete luchar. Promete no olvidar. Cuando vuelve a mirar hacia su tierra, allá abajo, tan lejos, ya no la ve. Solo una ligera y finísima línea roja. Cierra sus ojos y aprieta, con la izquierda, la piedra salvadora. Con la derecha, su pasado, su presente y, por encima de todo, su futuro. El de su gente. El de su tierra.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Miedos irracionales



  Por fin,  su marido la convenció, después de muchos años, a hacer con él ese viaje a Senegal que tantas veces le había pedido. Cuando el avión aterriza y, expectante y nerviosa pisa  por primera vez suelo africano, la primera impresión es  de  sorpresa. El cielo, de un azul increíblemente brillante, límpido, contrasta con la vegetación que se extiende ante su vista…Los olores, mezcla de combustible y especias, entran por su nariz causándole una sensación incómoda pero atrayente a la vez.  El marido la observa, pendiente de sus reacciones y dispuesto a tranquilizar las mismas. Un nativo se acerca y, solícito, con una educación exquisita, le dice: -“Excuse, señora. Bienvenida a mi tierra. Permita que le lleve el equipaje”. Instintivamente, la mujer retira su exigua bolsa de viaje y le responde de forma un tanto adusta: - “No hace falta, gracias”.
   El hombre la mira a los ojos y, sin hacer caso, le coge la bolsa, sonríe y, con una alegría contagiosa comienza a andar hacia la parada de taxis que les trasladaría al hotel contratado. El marido, como si nada, comenta con el nativo el clima, los horarios de los barcos de recreo, excursiones, etc…Subieron a uno de los taxis. El conductor tararea una melodía moderna. La mujer se va  tranquilizando  al contemplar lo que van viendo sus ojos. Gente, sobre todo niños,  saludan  agitando sus manos y sonriendo. Al bajar del taxi y ver  la expresión de felicidad del marido, piensa que todo está  en orden. Respira  profundamente. Esta vez,  la  mezcla de olores trae sensaciones serenas. Supo que estaba donde debía estar.
 

EXPLICACIÓN A ESTE MI Y DE USTEDES, NUEVO BLOG

 ¡Hola! He querido dar vida a otro blog con la idea de aunar y/ o separar mis poemas de los relatos que, buenos, malos, regulares, cada día me hacen sentir que debo darles un lugar, a ellos y a mis poesías.
 Comienzo con estos tres y, poco a poco iré recabando otros que se encuentran en "Compartiendo  sentimientos".  Los comentarios, si se desean ver los que ya estaban, se verán, solo que pasarán a verse en el blog anterior, hasta que me vea capaz de arreglar el tema.
  Espero y deseo verles dando un paseo por "Solo prosa: imaginación y realidades".
   Gracias.

jueves, 8 de agosto de 2013

LA CERTEZA ( Tercer y último microrrelato con el lema "Desde el andén)


  Después de la frugal cena, cansada y arrastrando sus doloridos pies, se dirige a la terraza. La vieja mecedora la espera, como siempre, silenciosa y acogedora. Se ha logrado crear una  perfecta complicidad entre ellas. Acomodándose con algo de trabajo en su querida compañera, pasa una mano por su pelo, oteando al tiempo el horizonte de la estrecha calle que se extiende ante su vista. Suspira intensamente. Comienza la rutina que cada día espera con ansia y culmina después de cenar.
 El expreso de las veinte treinta horas ha de hacer su aparición dentro de un rato. Desde su andén particular está preparada para que sus alas, después de tanto tiempo, puedan desplegarse y abrazar a su querida hija.
- ¡Seguro que es hoy!  (Ese pálpito, viejo conocido de tantos años).
  En la lejanía suena el traqueteo del tren. La mujer, triste y resignadamente, se incorpora. Acaricia a su compañera y sonríe.
 -  Otra  vez  – disculpa temblorosa- se le ha vuelto a hacer tarde. Este ya es el de las once…Mañana será el día. Lo sé. 
 Encorvada, cierra su andén particular y entra de nuevo en el infinito espacio de su soledad.
- “Lo sé”- susurra-.

 Este microrrelato  es el presentado a concurso "Cuentos desde el andén".

miércoles, 7 de agosto de 2013

Juntos. (Segundo microrrelato con el lema "desde el andén).


 No quería ir, pero…"Será la última vez"- se dijo-.
Mucho tiempo atrás,  el solo hecho de prepararse para acudir a la estación del tren de cercanías y esperar la llegada de los veraneantes, hacía que su corazón se desbocara. Sobre todo, comodidad. La espera era larga y en el andén pedregoso sería inapropiada otra vestimenta.
  Él llegaba siempre con aquella sonrisa radiante. La miraba de soslayo y seguía su camino sin prestarle más atención. ¡Un día quiso Dios que hasta le guiñara un ojo! Suficiente alimento de esperanzas en sus ilusiones.
  También un día,  otro verano más tarde, él  volvió a guiñarle un ojo… ¡esta vez dando al traste con sus anhelos! ¡Abrazaba a una hermosa, elegante y divertida joven! En sus dedos enredados, dorados reflejos de compromiso.Ella, observándole, caminó desde el andén hacia su soledad. El corazón encogido de por vida.
  Hoy ha vuelto. Después de tanto tiempo, él regresa de nuevo. Esta vez para siempre. Ella está, como antaño, esperando en el andén. Pero solo le verá en su urna. La porta, muy triste,   ” la otra ”. La de verdad.
  Ese día, Dios quiso que él, ¡por fin! , se quedara para siempre con ella.

sábado, 3 de agosto de 2013

SERIE DE TRES MICRORRELATOS. CON EL LEMA : " DESDE EL ANDÉN"

                                                        Miradas
 

Cada día sin faltar ni uno, sobre las cuatro de la tarde aproximadamente, mi tío dirigía sus pasos a la estación del tren de cercanías del pueblo: lluvia, viento, sol…No le importaba en absoluto. Sus pasos y su mirada solo tenían una meta: llegar para, situado en su lugar favorito, comenzar a observar y esperar con la ilusión por testigo.

 Sonreía a las muchachas, bonitas o no; regañaba con la mente y el entrecejo fruncido a los gamberros que molestaban a los viajeros; ayudaba con la mejor de las intenciones a recoger y entregar el equipaje; se emocionaba con las despedidas y palpitaba su corazón  con los recibimientos…

 Todo lo conseguía a fuerza de silencios y miradas. Desde el andén de salidas, donde él se encontraba y elucubraba, no dejaba de observar sin disimulos el de llegadas: ella estaba a punto de aparecer en el expreso de las siete. Lo miraría, como siempre, saludándole con una ligera inclinación de cabeza y una mirada cómplice. Sus ojos, enredados durante segundos, se decían diariamente lo que nunca les dejaron decirse con palabras.

A las ocho, aproximadamente, mi anciano tío se volvía a casa feliz. Otro día más.